1. Introducción
Época trágica la nuestra. Esta generación ha conocido dos horribles guerras mundiales y está a las puertas de un conflicto aún más trágico, un conflicto tan cruel que hasta los más interesados en provocarlo se detienen espantados ante el pensamiento de las ruinas que acarreará.
La literatura que expresa nuestro siglo es una literatura apocalíptica. La Hora 25, El Cero y el Infinito, Cuerpos y Almas, considerados como las grandes novelas de estos últimos años, son el testimonio de un mundo atormentado hasta la locura.
Y la locura es el patrimonio de nuestro tiempo. Cada día crece su número. He visitado un hospital de 19.000 locos y, en las calles, muchos que ambulan sienten comprometido su equilibrio interior. ¡Cuántos, en nuestro siglo, si no locos, se sienten inquietos, desconcertados, tristes, profundamente solos en el vasto mundo superpoblado, pero sin que la naturaleza ni los hombres hablen de nada a su espíritu, ni les den un mensaje de consuelo! ¿Por qué? Porque Dios está ausente de nuestro siglo.
Muchas definiciones se pueden dar de nuestra época: edad del maquinismo, del relativismo, del confort. Mejor se diría una sociedad de la que Dios está ausente.
Esta despreocupación de Dios no está localizada en un país: es una ausencia universal. Es un hecho y una intención sistemática. Dios está ausente, expulsado del corazón mismo de la vida. La sociedad se ha encerrado en este rechazo de Dios y su ausencia la hace morir.
Muchos libros se podrían escribir sobre las formas del ateísmo contemporáneo. Basta mirar los carteles de nuestros muros, las imágenes de las revistas, los títulos de los diarios, la publicidad que se da a ciertos Films y novelas (…). Sería necesario detenerse reposadamente para caer en la cuenta de esta ausencia de Dios (…) León Bloy escribió: “El Creador está ausente de la ciudad, de los campos, de las leyes, de las artes, de las costumbres. Está ausente aun de la vida religiosa, en el sentido que hasta aquellos que quieren ser sus íntimos amigos prescinden de su presencia.”
El sentido del hombre ha reemplazado al sentido de Dios. En otros tiempos se atacó un dogma: fueron las herejías, trinitarias o cristológicas. En la época del renacimiento, el protestantismo atacó a la Iglesia; el siglo XIX impugnó la divinidad de Cristo. Pero estaba reservada a nuestro siglo una negación más radical: la negación de Dios y su reemplazo por el hombre. (…)
[San Alberto Hurtado]
Continuará...